viernes, 5 de septiembre de 2008

El último momento

Las velas estaban ya derretidas, su luz casi se extinguía, el florero roto en mil pedazos cerca de la puerta, las flores que este antes contenía sin vida y aplastadas. Y yo apenas iluminado por los pocos destellos que quedaban en la habitación, tirado en el piso como si hubiera decidido dormir en el. Así estaba mirando hacia el techo sabiendo que ya sólo me quedaban unos pocos momentos más.

Yo nací siendo uno de esos hombres que tuvieron la dicha de tenerlo todo, buena casa con su jardín amplio, comida siempre en la mesa y si está no se encontraba ahí podía llamar a las empleadas, de niño todos los juguetes que quisiera desde los típicos legos hasta las últimas consolas de videojuegos, en la adolescencia tenía el dinero para comprar lo que quisiera ya fuera un helado o un caro juego de ropa, hasta carro tenía. Además tuve la bendición de nacer muy bien parecido, no como esos imbéciles que andan por las calles y que no son más que adefesios con accesorios que enmascaran su fealdad. En fin, lo tenía todo.

Por eso siempre fui un gran irresponsable en el estudio y en el amor, me acuerdo de una tal Jimena, guapa como ella sola, unos muslos bien ejercitados y un abdomen plano plano; le prometí cielo y tierra, entiendase joyas y diamantes. Al final después de una loca noche de sexo la deje llorando con el corazón en la mano y las manos atrás de la espalda, y le dije que ya había obtenido lo que quería y le tire unos cuantos billetes para que se comprara sus diamantes, aunque estos fueran de fantasía.

Con María fue distinto, ella era una niña, y si, digo niña por que recién había cumplido los dieciséis y yo ya de veinti-tantos con mucha más experiencia que el mismo diablo, le dije que la amaba, que era lo más hermoso que había visto; y aclaro lo hermoso eran mis deseos de tenerla a mi lado en la cama. Y con esos típicos cuentos, más trillados que novelas mexicanas, le pedí la famosa prueba de amor. Claro ella en su inocencia adolescente, su humildad de típica mujer campesina que se viene enfrentando a la ciudad por primera vez y su amor hacia mi, temerosa al inicio y tierna después accedió.

La hice como quise, sin que me importara mucho que fuera su primera vez, en fin eso era lo que yo buscaba. Ella me entrego su cuerpo y su alma y por supuesto tomé sólo su cuerpo. A los días le dije que no podía seguir con ella por que había encontrado alguien más a mi altura, y le obsequie una cadenita de plata por su buen comportamiento. Aunque ese detalle no evito que se devolviera a su pueblo decepcionada y totalmente destruida.

Luego conocí a Lorena, salvaje, un poco agresiva en el sexo, de ojos como fuego y piel bronceada. Esta si fue más inteligente y logró tener mi compañía por casi medio año, obviamente medio año en el que yo probaba alguno que otro postre del menú. Hasta que un día me descubrió con una muchacha de colegio y la obligo a marcharse. Como toda mujer indignada, decidió armarme pleito y ni para que lo hizo, termino en la clínica para que le revisarán los golpes y laceraciones que le cause por mi cólera; creo que se me paso la mano, pero ella tenía la culpa por llegar antes de lo previsto, la agarre por el pelo y la golpee contra la mesita de noche de la cama y luego le di una patada que la dejo tumbada en el suelo. Y como se imaginarán ahí termino todo.

Pasó ya bastante tiempo, hasta que un Domingo cuando iba a ver las mujeres que salían de la misa de las once, la vi. Pelo negro lacio, ojos verdes, alta, morena, curvas perfectas, porte de reina y un aroma a fruta del edén.

Se llamaba Karina, y aunque al principio buscaba lo mismo que con las demás, no sé como poco a poco empecé a sentir lo que nunca antes, esa palabra que dicha a la ligera suena estúpida, pero que dicha de corazón es como el paraíso. Si, sentí amor.

¡Maldita sea! Nos casamos a los meses, firmamos los documentos legales que le proporcionarían una vida segura en caso de un accidente que me sucediera.

Ella sabía lo que iba a hacer, nueve meses después de casarnos, llegó un día y me dijo “tenemos que hablar”, esa frase todavía resuena en mis oídos, esas palabras nunca advierten algo bueno.

Comenzamos a hablar me dijo que no me amaba, que sólo había estado fingiendo que era feliz a mi lado, que yo era un asco de persona, que no sabía hacer nada bien y mucho menos el amor, y que con respecto a ese tema, me iba a enseñar algo. Y si que me lo enseñó, me enseñó mi camino a la muerte, me extendió un sobre el cual abrí al momento con lágrimas en mis ojos, ya que pensaba que era el divorcio, pero no, no lo era, eran fotos de ella, desnuda en poses sexuales con otros hombres, con mujeres, y hasta con los dos sexos a la vez.

No lo podía creer, mi vida se hizo pedazos en ese momento, le grite, la llame puta, golpee la mesa, lloré, agarre el florero y lo tiré contra la puerta, me le acerqué, pero de inmediato me aleje, me producía una extraña sensación, como de asco, con dolor, ira y desilución.

No pude más y me tire al piso, como un niño que gatea busca el abrazo de su madre. Así totalmente vulnerable por primera vez sentí el dolor de un corazón roto, justo en ese momento me paso una lista de facturas por millones que estaban a mi nombre, de vestidos carísimos, un automóvil, perfumes, joyas, viajes que se suponían que eran de trabajo y que en realidad habían salido de mis bolsillos. No necesite calculadora para saber que estaba en la quiebra, fijo por eso me dejo.

Ella se dirigió hacia la puerta agarro un trozo del vidrio del florero quebrado, con sus manos cubiertas por unos finos guantes, y me lo puso en mi palma. Y se fue sin volver a mirar atrás.

Entonces las recordé, y vi a Jimena vestida con joyas y tomo mi mano vacía y se la acerco a Lorena que sostenía mi mano con el vidrio en ella y ahí apareció María, la inocente María que tomo ambas manos e hizo que me cortara las venas no sin antes dejarme la cadenita de plata que le había regalado, en mi cuello.

Se levantaron agarraron una vela roja cada una, y la pusieron ahí donde en este momento las estoy viendo, ya casi derretidas por completo, fundiéndose con el rojo de mi sangre que avanza por el piso. Y de blanco angelical las tres mujeres a las que les destruí de vida poco a poco iban ascendiendo hacia el techo, hasta dejarme sólo.

Una última lágrima cae de mis ojos, sé que ya es muy tarde para arrepentirme, pero lo hago con toda mi alma.

La voz de Karina se oía a lo lejos diciendo que toda mi fortuna ahora pasaría a su nombre, y que todo había sido un vil montaje.

Mis ojos se cerraron y sólo mi mente es la que segundo tras segundo se va consumiendo.

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