miércoles, 3 de septiembre de 2008

Cuestión de sudores

Acababa yo de escribir el punto final de esa novela que me mantuvo ocupado durante más tiempo del previsto. Pensé que bastaba con girar un poco mi muñeca para dar por terminado todo aquello. Fue así como me encontré de nuevo ante las aguas de la soltería, tan basta, tan cálida. Y cómo buen hombre que soy, cargue mi arma y me lancé a cazar.

No me resultó tan difícil como pensaba. Un poco de estilo, una cuota de romanticismo y presto. La primera presa cayó en mis brazos... Yo siempre he pensado que hay gente que nació para ser cogida, gente que con cualquier cuento se la llevan a la cama (en el menos creativo de los casos, claro está), y otros que nacimos simplemente para cortar cabezas.

Jaja me burlo de mí mismo por cómo sonó eso, me sentí Mr. Algo por un momento. Pero esta historia fue así, rara. Salí con las ganas de algo más que unos tragos, un baile, un aprete y un número de teléfono. La suerte me acompañó esa noche (parece que vio mi cara de desesperado en celibato) y resultó que ligué.

La rutina previa fue corta, encontré poca resistencia ante mis manos irreverentes y mis gestos lascivos. Unas cuantas palabras que transmitieran mis intenciones y en pocos minutos ya íbamos en mi carro camino al matadero. ¡Ah, qué bonita es la sensación de macho libre y cogedor!

Llegamos y no dejé que abriera la boca para pronunciar palabra, saqué mis instintos primitivos y me entregué a saborear, a tocar, a oler como un animal en celo. Entre aspiraciones y caricias desnudé su cuerpo. Esa noche me sentía animal, quería sexo creativo, sexo exótico, como en los viejos tiempos.

Pronto, muy pronto, nos convertimos en un amasijo de carne mojada. Debo confesar que el sudor es uno de mis fetiches más queridos, y digo uno porque eso de los fetiches es todo un arte del cual descubro día a día más secretos. Me gustaba su olor, apenas perceptible, un poco seco y embriagador. No podía contenerme y lo probé, quería más, mucho más. Ese saborcito salado me tenía en las nubes. Empecé a recordar. Ese sabor no era igual, le faltaba textura, le faltaba esencia...

¡Me cago en la memoria! De verdad que en momentos así no me sirve de nada. ¿Cómo es posible que en media cogida me este acordando de vos, del olor de tu cuerpo sudado? Pensé que cuando uno ponía un PUNTO FINAL era precisamente eso, UN FINAL. Es hora de cambiar de estación, eso de los sentimientos baratos y las cursilerías rosas no es de machos como yo. Con esa idea en mente me dispuse a ignorar la avalancha de sensaciones que me recordaban tu cuerpo escurridizo, que no hace mucho tiempo atrás se perdía entre mis piernas.

¿Y es que cómo podía ignorar que tenía sexo en la misma cama en la que hacía el amor con vos? ¿Cómo explicarle a mi cerebro que entre coger y hacer el amor la diferencia es el amor? Ya no quiero recordar, bueno, lo que no quiero es pensar, recordar por lo menos me excita, aunque cuando esté solo me funda en la melancolía...

¡Mierda, ya es suficiente! Lo que tengo que hacer es concentrarme en seguir cogiendo que si no esta noche quedaré como un mal polvo ante mi nueva presa. ¿En qué estaba? ¡Ah si, en el sudor! Me recargué despacio sobre mi amante y empecé a succionar su cuello con la fiereza animal del recuerdo de un cuerpo ahora ajeno y con el resonar instintivo de la memoria de mis sentidos. Poco a poco mi lengua busca nuevos sabores mientras baja por la línea secular que me lleva hasta un ombligo y más abajo a mi agasajo favorito. Esa noche fue larga. Recordar y tratar de olvidar, junto con las ganas de coger, son uno de los mejores afrodisíacos que he probado en mi vida. Lástima que tenga el peor efecto secundario para los hombres, el sentir que hemos perdido a alguien que de verdad llegamos a amar.

2 comentarios:

  1. ¡Ah, qué bonita es la sensación de macho libre y cogedor!?????? jajaja hay Oskr!

    ResponderEliminar
  2. Me da asco la forma de pensar de este mae, esta bueno que la ex lo haya dejado...

    ResponderEliminar