lunes, 6 de octubre de 2008

Muerte Mañanera

A las siete de la mañana, un sol pálido comenzó a calentar su piel por última vez. Era algo normal que viera el amanecer entre basura, pero había una frescura revitalizadora en el aire.


Haciendo memoria, se encontró de nuevo en la calle. La transacción siempre había sido simple, pero esta vez le pedieron más plata. Si la hubiera tenido, la hubiera dado. Realmente necesitaba esa piedra.


No tenía la técnica para tachar carros, ni los recursos para un bajonazo. No se consideraba tan adicto como para asaltar a un tercero, ni tan habil para robar una cartera.


Lo único que tenía era lo que le daban de limosna. Ya su familia se había desentendido de él, no podía pedir trabajo en esas condiciones, y era totalmente incompatible con el hampa.


Sólo había una forma sostenible de financiar su adicción. Nunca lo había hecho, pero algunos le habían dicho que era perfecto para el brete, y que pagan bien.


Su primer cliente estaba tan desubicado cómo él. Ninguno de los dos sabía muy bien cómo empezar, ni en donde hacerlo. Terminaron en un callejón despoblado, bañados en sudor y basura.


Después de trabajar sólo podía fantasear con una piedra. Corría renqueando hasta el primer bunker que viera para gastar todo su dinero.


Llovía cuando se dio cuenta que estaba en el fondo. Bajo un cartón, vio un comemaíz bañarse en un charco. Al oírlo cantar, recordó la cantidad impresionante de vida que sale con la lluvia. Recordó los sapos, los grillos, las aves...


Las aves... cómo le encantaba su canción de alegría bajo la lluvia. Amaba el olor a tierra mojada, sentarse en un árbol a comer jocotes, tirarse a la poza a buscar piedras de colores, correr descalzo en el zacate...


Y ahora, rodeado de vida, no podía sonreír. Sus preocupaciones eran buscar un cartón nuevo y conseguir otra piedra. Fue en este momento cuando se dio cuenta de lo bajo que ha caído, ya no le preocupaba su situación, su futuro, su vida.


Trató de levantarse. Sus piernas no soportaron su peso. Poca comida, mucha piedra.


Una montaña de basura lo recibió con los brazos abiertos. Mientras se revolcaba buscando la salvación vio a un joven comprando. Gritó, lloró, rezó.


Mientras su alma se escapa de sus labios se lamenta por el joven. El mercado dicta que debe haber un cliente que reemplace a los que se retiran.


La mano invisible da, la mano invisible quita.


Es la Ley.


Nadie escapa a la Ley.

2 comentarios:

  1. Auch... que buen post... y no, que lástima pero nadie se escapa.

    ResponderEliminar
  2. carro, te nos estas poniendo político con la pasión

    ResponderEliminar