miércoles, 6 de agosto de 2008

Lágrimas

¿Sabes Laura? Hace mucho tiempo no veía una luna como esta...


Un cuerpo se asomaba por la ventana de aquel balcón. Hacía frío, mucho más que los otros días, pero ahí estaba, de pie junto a la luna fresca de octubre. Ante el silencio que prosiguió a sus palabras, se volteó con una dulce mirada inquisidora sólo para comprobar que ahí estaba ella, apacible y serena entre el edredón que la abuela había traído para las noches álgidas.

La contempló por un buen rato. Repasó su cuerpo de sirena alada, su cara de niña pequeña. Reparó con detalle en esos labios carnosos a través de los cuales brotaba esa mujer que tanto le sorprendía. Esa diosa dormida que jugueteaba en su mirada y que esa noche brotó de su boca.

Había llegado tarde. Justo cuando la ciudad empezaba a bostezar ella tocó la puerta rompiendo el silencio que había en el interior del departamento. Tras abrir la cerradura descubrió un cuerpo temblando entre lágrimas de espeso dolor. No le dio tiempo de preguntar que pasaba, ella simplemente saltó a su cuerpo y dejó salir su desesperación. La sintió llorar como nunca antes. Su corazón era una bolsita de papel arrugada que latía débilmente en su pecho. Sin saber el porqué también se entristeció, tan solo verla así le bastaba.

Acarició su mojado rostro y enjugó el brote de sus ojos. Una breve sonrisa se esbozó de repente y un poco de consuelo brilló en su mirada. Sintió el deseo de protegerla, de demostrarle que sus brazos eran capaces de darle seguridad. La abrazó, fue un abrazo largo, sincero. Quiso expresar todo su apoyo, su amistad, su amor.

Dos corazones latiendo juntos en una noche fría, una noche de octubre. Después de ese abrazo, notó el rubor en sus mejillas y como tímidamente ella bajaba un poco su cara. Con su mano derecha levantó suavemente su barbilla y la vio directo a los ojos. Con solo una mirada le indicó lo que pasaría. Acercó su rostro hasta el de ella, acercó sus labios a los suyos. Un rayito de electricidad brilló en la oscuridad.

Fue el beso más largo y más tierno de su vida. Esa inocencia, esa tristeza, esas ganas, ese amor. La noche se llenó de luz. Era tarde, la ciudad dormía. Con un gesto cortés le ofreció su casa y sus brazos para dormir esa noche. Hacía frío y sus cuerpos serían la mejor fuente de calor. Abrazándola susurró palabras de amor a su oído y la cuidó hasta que cayó rendida ante el embrujo de Morfeo. Llorar la había agotado.

No podía dormir. Se levantó y caminó hasta la ventana, un embrujo hechicero llamaba su cuerpo. Era la luna más bella que había visto en su vida, pocas veces había presenciado tal hermosura.

¿Sabes Laura? Hace mucho tiempo no veía una luna como esta...

Ante el silencio que prosiguió a sus palabras, se volteó con una dulce mirada inquisidora sólo para comprobar que ahí estaba ella, apacible y serena entre el edredón que la abuela había traído para las noches álgidas.

Después de verla así, tan frágil, tan bella, la luna había perdido su gracia. Su atención se prendió de ella, de su amada. ¿Cómo confesarle que ya no podría consolarla más? ¿Cómo podría explicarle que hay fuerzas imbatibles que separarían su amor? Un dolor oprimió su pecho, le faltó el aliento, sabía que ese maldito cáncer no le daría mucho tiempo, su cuerpo estaría en estado deplorable, su llama se extinguiría pronto. Una lágrima bajo por su mejilla. Él era quien lloraba ahora...

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